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Es una gran oportunidad para la Selección Argentina. Para “traernos los tres puntos”, como dijo Lionel Scaloni. Como desea su grupo en este viaje a Brasil. Pero también de que esa hipotética victoria gane un valor histórico por contexto, por momentos, por ser un clásico. Por lo que disfrutamos antes. También por lo que todos queremos gozar después. Y saber qué se siente seguir ganadores.
Es una gran oportunidad para dar muestra de la resiliencia de una plantilla siempre permeable a adquirir enseñanzas post derrota. Como en la Copa América 19, post Colombia (0-2) y luego en Qatar 2022, cuando el 1-2 Arabia Saudita forzó una reconfiguración tan exitosa que derivó en festejos de Lusail al Obelisco.
Es una gran oportunidad, una “revancha” como la etiquetó Scaloni. Una prueba posterior al 0-2 ante Uruguay que nos reveló vulnerables, después de todo, más allá de la innegable ambición competitiva.
La oportunidad es mayúscula porque le permitirá a la Argentina percibir a qué nivel de prestigio escaló después de ganar el Mundial: no es lo mismo que te respeten selecciones con aspiraciones menos ambiciosas a que lo haga Brasil, según rezan los partes del Scratch.
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