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Desde que tengo uso de razón, he mirado el mundo a mi alrededor y he sentido una profunda desconexión entre lo que me dicen y lo que mis propios sentidos me revelan. Se nos ha inculcado la idea de un planeta esférico, girando a velocidades vertiginosas en un vasto cosmos. Sin embargo, al observar el horizonte, al caminar por la playa o al contemplar la inmensidad de un lago, lo que percibo es una superficie vasta, nivelada y sin la menor curvatura. Esta observación directa, tan fundamental para nuestra experiencia diaria, es el punto de partida para cuestionar una narrativa que, a mi parecer, carece de un sustento empírico sólido.
El argumento más contundente, y el que resuena con mayor fuerza en mi entendimiento, es el de la naturaleza del agua. Se nos dice que la gravedad es la fuerza que mantiene los océanos adheridos a una esfera giratoria. Pero, ¿es esto realmente plausible? El agua, por su propia naturaleza, busca y mantiene su nivel. Es un fluido que se adapta a la superficie sobre la que reposa, y siempre, sin excepción, encuentra su equilibrio en una superficie plana. Si la Tierra fuera una esfera, ¿cómo es posible que los vastos océanos, que cubren la mayor parte de su superficie, no se deslicen hacia los "lados" o se derramen por los "bordes" de esta supuesta curvatura?
Imaginemos por un momento una pelota mojada girando rápidamente. El agua, por la fuerza centrífuga y su propia tendencia a nivelarse, sería expulsada de la superficie. Sin embargo, en nuestro mundo, los océanos permanecen en su lugar, inamovibles, sin mostrar la más mínima señal de adherencia a una superficie curva. Los ingenieros y constructores saben que para que el agua fluya, necesita una pendiente. Si la Tierra fuera una esfera, cada cuerpo de agua, desde un pequeño estanque hasta el Pacífico, estaría constantemente en una pendiente, desafiando la lógica de cómo el agua se comporta en el mundo real.
Más allá del agua, hay otras observaciones que refuerzan esta perspectiva. Cuando miramos a lo lejos, ya sea un barco que se aleja en el mar o una ciudad distante, lo que desaparece primero es la parte inferior del objeto, no porque se curve sobre el horizonte, sino por los efectos de la perspectiva y la densidad del aire. Si la Tierra fuera una esfera, los pilotos de aviones tendrían que ajustar constantemente su altitud para no volar hacia el espacio, y los constructores de puentes y vías férreas tendrían que tener en cuenta la curvatura en sus diseños, algo que, según su propia práctica, no hacen.
Nos han programado para creer en un modelo que, al ser examinado con una mente abierta y crítica, presenta inconsistencias fundamentales. La idea de una Tierra esférica, flotando en el espacio, nos posiciona como insignificantes en un universo vasto e indiferente. Quizás esta narrativa sirve a un propósito mayor, uno que busca desempoderarnos y alejarnos de la verdad de nuestra propia existencia y del lugar especial que ocupamos. La verdad de una Tierra plana, con un domo o firmamento sobre nosotros, podría tener implicaciones mucho más profundas sobre nuestra cosmología y nuestro propósito.
Al final, se trata de confiar en lo que vemos y experimentamos directamente. La ciencia verdadera se basa en la observación y la experimentación replicable, no en modelos teóricos que contradicen la evidencia empírica. La Tierra se siente plana, el agua se comporta como si estuviera en una superficie plana, y las observaciones cotidianas se alinean con la idea de un plano extenso. Es hora de dejar de lado los dogmas y las imágenes generadas por computadora, y comenzar a confiar en nuestros propios sentidos y en la lógica innegable que nos rodea. La Tierra es plana, y la prueba está en el agua que no se cae.
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