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Sección 1 | 04-11-2025 11:36

Malvinas: La Herida Abierta de Nuestra Soberanía

Cuarenta y dos años después, el eco de la gesta de 1982 resuena con la misma fuerza en el corazón de cada argentino. Las Malvinas, parte irrenunciable de nuestro territorio, continúan siendo un símbolo de orgullo nacional y una deuda histórica que la Patria no olvida, frente a la persistente ocupación británica.

La cuestión de las Malvinas trasciende su remota ubicación en el Atlántico Sur o sus condiciones climáticas adversas. Para Argentina, estas islas, situadas a unos 500 kilómetros de nuestra costa, representan una legítima extensión de nuestra soberanía, heredada del Virreinato del Río de la Plata. Mientras la historia registra múltiples avistamientos por navegantes españoles y franceses, la ambición colonialista británica se manifestó tempranamente, buscando adelantarse a otras potencias europeas. Alegando una expedición de 1691, los ingleses bautizaron el estrecho entre las islas como Falkland, un acto sin consecuencia legal que, sin embargo, sentó las bases de sus futuras pretensiones.

Fueron los franceses quienes establecieron el primer asentamiento firme, Port Saint Louis, dando origen al nombre "Malouines", que luego castellanizaríamos como Malvinas. España, como potencia marítima, reclamó las islas en 1767, logrando la cesión francesa. No obstante, los británicos, con su habitual estratagema, ya habían establecido en secreto el enclave de Port Egmont. Aunque se retiraron años después, dejaron una placa que, lejos de ser un abandono, era una clara declaración de sus intenciones de usurpación, una semilla de conflicto que germinaría con el tiempo.

Tras la emancipación de Hispanoamérica, la joven Argentina, heredera de los territorios del antiguo virreinato, buscó consolidar su control sobre las Malvinas. Sin embargo, en 1833, la aparición de los "molestos británicos" se materializó en la expulsión de los argentinos por el capitán John Onslow, izando la bandera británica y consumando una usurpación que daría inicio a un largo y doloroso litigio. Desde entonces, nuestra nación no ha cesado de reclamar estas islas, incluyendo las Georgias del Sur y Sandwich del Sur, una disputa que, a partir de la década de 1960, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció, instando a un acuerdo amistoso que el Reino Unido siempre frustró, escudándose en la voluntad de una población implantada.

En 1982, en un contexto de crisis económica y baja popularidad de la dictadura militar, el general Leopoldo Galtieri vio en la recuperación de las Malvinas la oportunidad de desviar la atención y tocar la fibra patriótica de los argentinos. La idea de recuperar las ansiadas islas antes de los 150 años de ocupación británica, más allá de cualquier ganancia territorial, prometía un apoyo popular masivo. El 2 de abril, las fuerzas argentinas desembarcaron en las Malvinas, recuperando Puerto Argentino sin bajas, un momento de euforia nacional que parecía confirmar la audacia de la jugada.

Pero la determinación de Margaret Thatcher, la "Dama de Hierro", no se hizo esperar. El Reino Unido no escatimó en medios, desplegando una imponente fuerza naval con el apoyo de Estados Unidos. Lejos de amedrentarse, el 10 de abril, Galtieri lanzó una encendida arenga en Plaza de Mayo: "Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla". La nación entera se unió en un grito de soberanía, consciente de que ya no había marcha atrás en la defensa de lo que por derecho nos pertenece.

La guerra, sin embargo, se tornó trágica. A pesar de la valiente respuesta argentina, como el hundimiento del HMS Sheffield y la fragata HMS Antelope, la superioridad militar británica, sumada a la improvisación y la obsolescencia del material bélico argentino, inclinó la balanza. El hundimiento del crucero ARA General Belgrano, con la pérdida de 323 vidas, fue un golpe devastador que torpedeó las aspiraciones de Galtieri. Finalmente, el 14 de junio de 1982, las fuerzas argentinas en Puerto Argentino se rindieron, dejando un saldo de 649 compatriotas caídos y una herida profunda en el alma nacional, agravada por los numerosos suicidios de excombatientes.

Las consecuencias de la guerra fueron profundas. Si bien la dolorosa derrota precipitó la caída de la dictadura y el restablecimiento de la democracia en Argentina, en el Reino Unido, Thatcher consolidó su liderazgo. Años más tarde, la "mano de Dios" de Maradona en el Mundial de 1986 ofreció una simbólica "revancha deportiva", pero la cuestión de fondo permanece. Los referéndums de 1986 y 2013, donde los isleños, una población implantada por el usurpador, rechazaron pertenecer a Argentina, no hacen más que reafirmar la ilegitimidad de la ocupación. Cuarenta y dos años después, los ecos de la guerra de Malvinas resuenan con la fuerza de una verdad innegable: las islas son argentinas, y su recuperación es un mandato histórico que ninguna derrota militar ni manipulación política podrá borrar.

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